martes, 4 de noviembre de 2008

Con mis padres (1/2-nov) 1 de 2

Me quedé un poco flipado con el mensaje. ¿Cómo que 4 horas de retraso? Eso no es un retraso, es un aplazamiento.

No tenía nada que hacer, no había hecho planes, no había cogido listas, ni papeles, ni citas, con lo cual no podía avanzar en nada. Vaya mierda.

Me fui un rato a internet, a desahogarme. En realidad, como los ordenadores cada vez van peor y más lentos, en vez de relajarme me pillo unos rebotes… En fin… Aproveché para mirar en la web del aeropuerto de Frankfurt el vuelo de mis padres y efectivamente, previsto para las 10 de la noche.

Después pasé por el hotel donde se iba a alojar para avisar de que llegarían tarde y me fui a mi casa. Estuve viendo un rato la tele, ordenando papeles, repasando verbos alemanes (¡os quiero!), limpiando y cosas así.

Ya sobre las 9 salí de casa, porque sólo me faltaba encima llegar tarde. Bueno, como era más tarde de las 8, los metros cada 20 minutos. Llegó el mío a las 9.20 (justo perdí uno por algún minuto). Estaba en Hauptwache a las 9.25, y el primer metro para el aeropuerto era a las… ¡¡9.45!! ¡Increíble! Ya estaba Frankfurt haciéndome de las suyas.

Por supuesto, no lo perdí; lo cogí y llegué a la Terminal 1 del aeropuerto a las 10, así que a todo correr a la Terminal 2. Por suerte, aún había más retraso y tuve que esperar hasta las 10.40 a que salieran mis padres.

En el aeropuerto estuve hablando con otros dos de Nintendo que me encontré allí. Pablo y Belén (algún día, pronto, hablaré un poquillo de la gente que conozco, para poder contar mejor sus cosas). Pablo esperaba a su novia y Belén a un amigo.

Fue saliendo todo el pasaje. Llegó el amigo de Belén. Luego la novia de Pablo. Se dieron un lotazo que sólo le faltó a la gente aplaudir. Una vez más, los españoles dando la nota.

Y por último, casi después del que limpia el avión por dentro, salieron mis padres. Tengo que reconocer que fue emocionante. Ya tenía muchas ganas de ver una cara conocida (que no fuese por webcam). Me comentaron que el retraso se originó porque el vuelo era Santiago de Chile-Madrid-Frankfurt (el mismo que cogí yo), y al salir de Santiago alguien se puso muy malo y tuvieron que aterrizar en Brasil. Qué puntazo.

Como eran las mil y media, pasamos de metro y cogimos un taxi. En el taxi quedé como un rey, porque durante el trayecto me preguntó tres o cuatro cosas en alemán y le respondí a todas, en alemán también. No voy a flipar: acertó con los verbos que me sé. Parecía que estábamos compinchados.

Cuando nos dejó en Röderbergweg 172, ya empecé a concienciar a mis padres de que 120 metros cuadrados es de ricos. Y se empezaron a reír.

Subimos las escaleras normales, y luego las angostas. Un último aviso… ¡y adentro!
Superado el shock de ver el fondo de la casa nada más entrar, fueron descubriendo las habitaciones y les gustó. Les gustó mucho.

Destacaron lo bien ordenadita que estaba (os podéis imaginar siendo yo el único inquilino). Todo al milímetro. Enseguida mi padre identificó lo que viene a ser el salón, un sillón, la tele y el mando y se puso cómodo. La verdad es que el quid iba a estar entre mi madre y yo.

Empezamos a abrir maletas. Trajeron cuatro, y tres eran para mí. Alguna maleta parecía de mercadillo, con cazos, coladores, cubiertos, manzanilla… era muy gracioso.

Sacamos unas cuantas cosas y les acompañé a su hotel, porque eran las 12.30 y yo trabajaba el viernes.

Me acosté a la 1.30. Y como me suele pasar, por pensar en que iba a dormir poco, no pegué ojo, así que a las 7.30 parecía más zombi que otra cosa.

El viernes en el trabajo no me concentré mucho, pensando ya en los planes con mis padres. De todos modos, ya era el último día con el proyecto, y en realidad ya no teníamos que hacer nada. Jugar por jugar.

Cuando salí, los recogí en su hotel. Les pregunté por lo que habían visto durante la mañana, para ver qué quedaba pendiente… pues bien, ya había visto más de lo que he visto yo. Ya han visitado por ejemplo la Alte Oper (Ópera) y han subido a una de las torres.

Una vez que mi reputación como guía estuvo por los suelos, nos fuimos de compras. En ese tema aún tenía yo la sartén por el mango. Con una media de 2 tickets diarios desde el 13 de octubre, en más de 20 establecimientos diferentes, soy un crack de las compras.

Empezamos por el mini-Zeil. Súper tras súper, yo iba asimilando más y más información de mi madre. “Las latas de conservas, una vez abiertas, al frigo”. “Los tomates tócalos, a ver cuáles están más duritos”. “Este suavizante es la marca blanca del Schlecker”. “Esos filetes son muy gordos, cómprate siempre de estos otros”. “Estas patatas no son buenas”. “Estas patatas sí son buenas”. “Estas verduras son ideales para un caldito”…

Notaba el cerebro latir. De verdad. Y mi madre no paraba. Pretendía transmitirme el saber de varias generaciones en un par de horas. Y era todavía viernes…

Con cincuenta mil bolsas volvimos a mi piso. Cenamos unos calamares fritos (para estrenar una sartén y pillarle el punto a la cocina eléctrica). Yo sólo tengo pillado el punto para salchichas, huevos fritos y patatas fritas. Ya lo sabéis.

Mientras tanto, seguíamos vaciando maletas… Con lo ordenadita que estaba mi casa… En fin. Iban saliendo utensilios (y comida) de supervivencia y de no tanta supervivencia: abrelatas, pinzas de ropa, cazos, tijeras, una linterna, toallas, trapos, una manta, una grapadora, botes de cristas, tuppers, bayetas, embudos, escurreplatos………. Chorizo, salchichón, jamón serrano (varios envases al vacío y ¡una maza completa!).

La maza de jamón me hizo una ilusión tremenda. Creo que es lo mejor que me podían traer. Había echado tanto de menos el llegar a casa y poder picar algo así. Vaya subida de nivel.

1 comentario:

Angel dijo...

TRenias qhaber hecho unos videos con la camara de fotos, asi nos e te olvidaba nada...

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